En vista de que en estos últimos años se han puesto de moda el exorcismo, los congresos de brujos y las misas negras, conviene estar preparado en caso de que se le vaya a uno la mano y de repente se aparezca el diablo.
Vamos a suponer que una lluviosa tarde de domingo se encuentra usted en su casa más solo que un gobernante a fines de sexenio, más aburrido que un enano y sin un peso en el bolsillo. Ya ha resuelto los crucigramas de todos los periódicos y revistas a su alcance. Ya ha fundido tres veces los fusibles tratando de arreglar esa rasuradora eléctrica que no funciona desde que se la regalaron la pasada Navidad. Tampoco puede llamar por teléfono a Purita, en virtud de que hace un mes le cortaron el servicio por falta de pago, y además Punta dedica las tardes de los domingos a su marido, llueva o haga buen tiempo. Ya ha verificado por centésima vez que no es capaz de pasar de la página cuarenta y siete de “El otoño del patriarca”, sin un punto y aparte que le permita respirar, por lo cual, llevado por el tedio, toma otro libro al azar y resulta que se trata de un manual de ocultismo. Lo hojea y en una de sus páginas encuentra la fórmula para invocar al diablo. No teniendo nada mejor que hacer, sigue las instrucciones del manual al pie de la letra —aunque con una alta dosis de escepticismo—, enciende las siete velas negras que prescribe el tratado, recita las cantinelas que se le indican y de repente, para su asombro, se encuentra con que frente a usted hay un individuo de pésima catadura, con cuernos y rabo, que despide un nauseabundo olor a azufre y que le mira malignamente, frotándose en el pantalón sus pezuñas de macho cabrío.
¿Qué hacer?
Existen varias opciones:
a). Preguntarle quién es, y si responde que Lucifer, usted le dice que perdone, pero que a quien llamaba era a Satanás, o viceversa. El diablo soltará una palabrota y desaparecerá dejándolo en paz, pues tiene muchas otras cosas que hacer. (Recuerde que es domingo en la tarde y que está lloviendo, o sea que nada más las carreteras determinan que no se dé abasto).
b). Hacerse el débil mental y preguntarle si este camión pasa por el Zócalo. El demonio también desaparecerá rápidamente, lanzando un bufido y dándose a todos los diablos por que haya idiotas que le hagan perder su tiempo.
c). Impertérrito, decirle con cierta soma: “Bueno, Satanás, ya me tienes aquí. ¿Qué deseas?” Astuta maniobra para desconcertar al diablo, quien de inmediato dirá que fue usted quien lo llamó a él y no él a usted. Pero usted se mantiene firme en su actitud e inclusive se muestra un tanto agresivo. Después de unos minutos de alegato, el maligno acabará por echarle la culpa al desbarajuste que existe en el infierno, a causa del papeleo burocrático, y terminará despidiéndose de usted con un “hasta luego”. (Los protervos del Averno no pueden decir “adiós” por razones obvias).
d). Hacer alguna frívola y original broma acerca de los Cuernos del visitante. Esta actitud es poco recomendable. Y si el diablo trae tridente, puede resultar muy peligrosa. Si no lo trae, cuando menos le soltará una coz, pues ya se sabe que es muy descomedido y que no tolera chanzas ni chirigotas, sobre todo en relación con su cornamenta. Al igual que cualquier marido a quien su mujer le decora el frontispicio.
e). Decirle que es usted agente del “Selecciones del Reader’s Digest”, y que lo ha invocado para informarle que es uno de los afortunados escogidos por la computadora IBM para participar en el XIV Sorteo de los Aguinaldos en combinación con la Lotería Nacional y las próximas elecciones para diputados (que en realidad vienen siendo lo mismo). Este desplante también puede resultar arriesgado, ya que una vez el diablo solicitó un libro sobre cocina húngara, de los que edita la mencionada revista, y luego ocurrió que la computadora aparentemente se descompuso y durante tres años le cobraron dieciocho veces la misma cuenta, con Carta tras carta de doña Blanquita Sierra, recordándole su supuesto adeudo y haciéndole ver lo feo que resulta ser cliente moroso.
f). Quedarse muy sorprendido y luego exclamar: “¡Huy, un cura progresista!”... El demonio hará la señal de la cruz y saldrá de estampida, inclusive dejando olvidado el tridente, pues ya se sabe lo que significan estas confusiones.
g). Preguntarle con gesto de fenicio cuánto ofrece por su alma, regatear lo que sea necesario y en cuanto el ofrecimiento rebase los diez mil pesos, vendérsela sin más trámite para irse a matar el ocio con el dinero tan fácilmente adquirido, aunque no alcance para gran cosa, pues ya se sabe lo que cuestan los sitios donde se mata el ocio. No importa que sea tarde de domingo y que esté lloviendo. Y tampoco será problema que Purita no esté disponible. El mismo demonio le facilitará a usted con mucho gusto una lista de direcciones bastante interesantes.
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