UNO. Yo me pregunto una cosa: ¿sube el Costo de la vida o suben las cifras?
OTRO. Bueno, en realidad no se pregunta usted una, sino dos cosas. Así es como empieza la inflación, señor mío.
UNO. Permítame que me explique: si usted gana veinte y la vida le cuesta veinte, ¿qué ocurre?
OTRO. Pues que nunca tengo nada.
UNO. ¿No es lo mismo que si ganara treinta y la vida le costase treinta?
OTRO. Probablemente. Pero sigo sin tener dónde caerme muerto. Sin embargo, se supone que he tenido con qué sufragar mis gastos, aunque sólo sean los más elementales. Lo verdaderamente gordo es cuando gano veinte y la vida sube a treinta.
UNO. ¡Éste es el problema! Eso es lo que se llama crisis económica. Ahora dígame usted cómo resolverla.
OTRO. Pues yo creo que haciendo que la vida cueste veinte y que yo gane treinta.
UNO. ¿Y para qué quiere los diez que le sobran?
OTRO. Hombre, pues para muchas cosas. Pero siendo corno soy, ciudadano ambicioso y emprendedor, lo más probable es que pondría a trabajar los diez que me sobrasen, para convertirlos en veinte, treinta, cuarenta, cincuenta...
UNO. ¡Ah! Eso se llama especulación.
OTRO. ¿Y tiene algo de malo?
UNO. ¡Muchísimo! El que especula siempre acaba llevándose a alguien entre las espuelas.
OTRO. Bueno, como no me lo lleve yo a usted, que es mi amigo, ¿qué importa que me cargue a otros que ni siquiera conozco?
UNO. Es decir, que me protegería usted.
OTRO. Sí, señor. Desde luego. No faltaba más, hombre.
UNO. ¿Y no sabe usted que el Proteccionismo es precisamente la carcoma de los países subdesarrollados?
OTRO. Bueno, en primer lugar, yo no soy país desarrollado que proteja a países subdesarrollados, entre los cuales desde luego no se encuentra usted. Yo soy Melesio González, hombre de paz y amigo de todo el mundo. Por otra parte, eso de que el proteccionismo es carcoma, me suena a demagogia. ¿No será que acaba usted de improvisar la frase?
UNO. Yo me paso la vida preparando frases improvisadas. A veces me lleva un año cocinarlas. ¿No le parece preciosa la que acabo de espetarle?
OTRO. Claro que sí. Y además es muy profunda. Pero no deja de inquietarme
UNO. No tiene por qué inquietarle, don Melesio. Las frases improvisadas no tienen mayor trascendencia, en tanto no se apliquen a principios de política internacional, como cuando Echeverría dijo que el Sionismo era una forma de racismo y luego tuvo que mandar a Rabasita a pedir perdón de rodillas a Israel, para que no se interrumpiera la corriente de turistas gringos judíos a México. Pero en el campo de la economía, todo se reduce a un simple juego de niños: ¿que sube el costo de la vida? Pues se suben los ingresos. ¿Que suben los ingresos? Automáticamente suben los precios. Es como el cuento de la buena pipa. ¿Se acuerda usted?
OTRO. Yo no, porque no soy tan viejo. Sin embargo, volviendo al punto, en este incesante y alternado subir siempre pierden los mismos.
UNO. ¿Quiénes?
OTRO. Los que no especulan, ya que al subir el costo de la vida, no suben sus ingresos.
UNO. Ésas son las víctimas que necesariamente se inmolan para que la circulación fiduciaria no aumente en demasía, provocando una inflación incontenible en sentido de espiral.
OTRO. ¡Atiza! ¿Otra frase?
UNO. Varias. Y ahí le van más: la alta economía cuece a nivel mundial, pero sin control dirigido. Consecuentemente, si a un país cualquiera se le ocurre aumentar sus ingresos, siendo dueño de un producto natural indispensable y apetecible —digamos petróleo— le basta subir el precio de su mercancía, en este caso los crudos, y ya tenemos una reacción en cadena. Los países industrializados consumidores de petróleo automáticamente suben los precios de sus productos manufacturados, que consumen los petrolíferos, y de esta manera quedan a mano. Es lo mismo que si a un panadero se le ocurre comprarle un abrigo de visón a su mujer y para lograrlo con rapidez sencillamente sube el precio de su pan.
OTRO. Me pasman sus conceptos, amigo mío. ¿Es usted acaso economista?
UNO. No, señor. Soy panadero. Y a mi mujer se le antojó que le regalara yo un abrigo de visón el día de su santo.
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