El secretario particular entró en el despacho sin hacer ruido y se detuvo respetuosamente a unos pasos del escritorio ministerial. El ministro, sin levantar la vista de sus papeles le preguntó bruscamente:
-¿Qué quieres?
-Señor, es a propósito de Hildebrando Carrascosa...
-Dile que venga la semana entrante. Ahora estoy muy ocupado en cosas de importancia.
-Es que... –se atrevió a insistir el secretario.
-¡Con cien mil canastos! –vociferó-. ¿Cuándo aprenderás a obedecer sin chistar? ¿No te he dicho que estoy muy ocupado en cosas muy importantes?
-Sí, señor. Le ruego que me disculpe.
El secretario particular hizo una inclinación de cabeza y salió de puntillas del despacho.
Algunas semanas más tarde, al terminar el acuerdo de costumbre, el secretario volvió al tema.
-Señor, con respecto a Hildebrando Carrascosa...
-Dile que venga mañana –repuso el ministro-. Ahora tengo que ir a una recepción a la embajada de Gormondia.
-Sólo que...- insinuó el secretario.
El ministro se limitó a fulminarlo con la mirada.
-Perfectamente, señor. Usted perdone.
Meses después, el ministro volvió una tarde de excelente humor a su despacho. Venía de comer y beber opíparamente en un banquete del partido, durante el cual se le había dado a entender que era un hecho su candidatura para gobernador de su Estado. El prohombre se aflojó el cinto y encendió un magnífico habano.
-¿Qué hay, Rodríguez? –le sonrió indulgentemente al secretario particular-. ¿Alguna novedad?
-Ninguna señor ministro. Telegramas de adhesión y correspondencia de rutina.
-¿Hay alguien en la antesala?
-Solamente Hildebrando Carrascosa, señor ministro.
-Dile que pase –volvió a sonreír el personaje.
-¿Que pase, señor? –preguntó el secretario muy asombrado ante la humanización demostrada.
-Sí, hombre, sí. Que pase.
El secretario se rascó discretamente detrás de la oreja.
-Me parece que va a ser un poco difícil, señor ministro.
-¿Y por qué va a ser difícil? ¿No hace un año que está haciendo antesala par a verme?
-Año y medio, señor ministro.
-Muy bien. Año y medio de esperarme y tú de fastidiarme. Ya me cansé de verlo sentado en un rincón al salri del ascensor. Por cierto que antes se ponía de pie muy solícito en cuanto me veía, pero últimamente he advertido que el muy majadero ni siquiera saluda. Pero en fin, hazlo pasar. Después de todo, ahora voy a necesitar votos.
El secretario particular bajó modestamente la vista.
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