Los mandamientos de la ley del buen diputado son diez, a saber:
El primero, amarás al jefe del Ejecutivo sobre todas las cosas.
A pesar de la supuesta y tan cacareada división de poderes y su independencia entre sí, amarás y aplaudirás al Ejecutivo sobre todas las cosas y en todas ocasiones, ya que de él emana toda autoridad y toda sabiduría. Inclusive, lo más probable es que de él también haya emanado tu curul, a través de su divino dedo. Así que ya sabes.
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El segundo, no jurarás el nombre de
Con mostrar tu credencial te basta y te sobra.
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El tercero, santificarás las dietas.
Es decir, las depositarás íntegramente en el banco, sin tocarlas. Sencillamente porque no hace falta que las toques. Por otros conductos tendrás de sobra para sufragar tus gastos y satisfacer todos tus caprichos, así como las larguezas propias de tu alta investidura.
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El cuarto, honrarás al PRI.
La mejor manera de hacerlo es permaneciendo calladito durante los tres años de tu encargo. Limítate a votar como se te indique y a aplaudir cuando te hagan la seña correspondiente. Deja los discursos, las declaraciones y los profundos adagios para el presidente en turno del Invencible y demás sapientes, y experimentados jerarcas. La obediencia, también llamada "disciplina de partido", es una virtud muy hermosa, que a la larga puede verse recompensada con una presidencia municipal, una senaduría, la dirección de un providente organismo descentralizado, una gubernatura o incluso una secretaría de Estado. Todo es posible dentro de nuestra bendita partidocracia. Pero por lo pronto, olvídate de la ficción de que representas a un grupo de ciudadanos y de que tu opinión es sagrada e inviolable. Recuerda que eres polvo del PRI y que en boñiga te convertirás si te sales del redil.
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El quinto, no matarás.
Ni falta que hace. Ya pasaron los tiempos de los diputados empistolados que desenfundaban la 45 con el menor pretexto y se cargaban a cualquier ciudadano en nombre del sacrosanto fuero (casi siempre para no pagar una cuenta de burdel o de cantina). No obstante, si tienes instintos de asesino, durante las sesiones de
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El sexto, no fornicarás.
Dentro del augusto recinto de
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El séptimo, no hurtarás.
Además de estar mal visto y de ser muy feo, no tienes necesidad de hacerlo. Los contratos, las comisiones, los porcentajes, las igualas, las tajadas, los viajes de trabajo al extranjero dizque para "estudiar" u "observar" -ya verás cómo los aprovecha tu mujer legítima o cualquiera otra fémina que te acompañe-, los silenciamientos y toda una gama de jugosos trinquetes te compensarán con creces sin tener que recurrir al hurto descarado.
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El octavo, no levantarás falsos testimonios ni mentirás.
Como se te indicó en el cuarto, tú, pico de cera. En boca cerrada no entran moscas ni desafueros. El silencio, además de ser la mejor inmunización contra las metidas de pata y las quemaduras políticas, te ahorrará la necesidad de decir embustes, que son del exclusivo dominio de tus superiores. Lo cual a la vez te ganará fama de hombre discreto y circunspecto.
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El noveno, no desearás la mujer de tu compañero de legislatura.
¿Para qué? Lo más probable es que esté gorda y fondona, y que sea más bien feíta, tonta, ignorante y latosa. Mejor deja que te codicien a ti las chamaconas con ambiciones e iniciativa. No faltarán, puedes estar seguro de ello.
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El décimo, no codiciarás los bienes ajenos.
No lo codicies. Nada más échales el ojo. Con paciencia y con saliva, el día menos pensado viene otra expropiación o una nacionalización y
*Tomado del libro Sufragio en efectivo, no devolución, de Marco A. Almazán, Editorial Jus, S.A., 1976.
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